Mónaco y el apellido Grimaldi mantienen una relación de mutua dependencia desde el comienzo de su historia.

Mónaco antes de que los Grimaldi pusieran sus ojos en él no era más que un peñón de gran importancia estratégica habitado por los monoikos. De ahí proviene su nombre. Otras versiones aseguran que su denominación procede del Portus Monoeci, el viejo puerto de Hércules tantas veces citado en las leyendas mediterráneas. En aquel puerto precisamente se embarcó César para combatir en Grecia y en el año 43 a.C. concentró su armada para esperar en vano la llegada de Pompeyo. A partir de entonces, Mónaco aparece muy pocas veces en las crónicas mundiales. Habría que esperar hasta el siglo XII para que resurja del olvido histórico. Y lo hizo gracias a la familia Grimaldi.

Los Grimaldi eran una antigua y prestigiosa familia genovesa que había conseguido enriquecerse gracias a su hábil capacidad para los negocios y la política. Varios embajadores de Génova habían llevado con orgullo este apellido. Pero tenían una particularidad que fue la clave de la historia de este pequeño país que se ha convertido en un próspero paraíso de lujo, placer y finanzas: eran Güelfos. En la Italia de hace 700 años ser güelfo (seguidor del Papa) o gibelino (seguidor del Emperador) era una razón de estado. Un motivo de derramamiento de sangre. Los Grimaldi, fieles a su ideología, tuvieron que exiliarse y dejar atrás sus raíces fuertemente asentadas en una Génova ya dominada por los gibelinos. Mónaco pertenecía a la República de Génova desde 1.162 a raíz de una concesión otorgada por el Emperador de Alemania, Federico Barbarroja. Y hacia allí se encaminaron los Grimaldi, con la intención de entrar en el peñón y establecer su territorio. El propósito no era nada fácil. En el camino quedó Rainiero Grimaldi, un joven emperador que se erigió en capitán de una pequeña flotilla de naves que daba caza a todas las grandes embarcaciones genovesas que se cruzaban en su camino. Una causa perdida en la que dejó la vida. Otro de sus parientes vengó su muerte protagonizando una heroica y novelesca hazaña que ha quedado perpetuada en el blasón de Mónaco. La misma que hoy, 700 años después, se celebra. Francisco Grimaldi usó una inteligente estratagema para introducirse en él hasta entonces, inexpugnable bastión que constituía aquella península: se disfrazó de monje franciscano y pidió cobijo en la pequeña fortaleza. Los guardianes, compadecidos de las súplicas de aquel humilde fraile, le dejaron entrar. Craso error. Una vez dentro, el disfrazado guerrero abrió la puerta a sus hombres. Los Grimaldi ya estaban en Mónaco. Ahora les tocaba lo más difícil: defenderle de los ataques y la ambición de los grandes, de España, Francia y los estados italianos. Una tarea prácticamente imposible. Hacía falta mucho talento y astucia para mantener la independencia de un país frente a rivales tan poderosos. Y los Grimaldi lo tuvieron. Durante varios siglos los ambiciosos señores genoveses sitiaron esta fortaleza sin que ello les amedrentara un ápice en su lucha por mantener el peñón. A los historiadores monegascos les gusta recordar el trágico sitio naval de 1506. Entonces, Lucien Grimaldi escribió una de las páginas más legendarias de la historia de esta dinastía defendiendo a su patria frente a una flota genovesa cinco o seis veces superior militarmente a la suya y resistiendo durante cuatro meses el asedio.

Pero los Grimaldi, aunque convertidos pro fuerza de las circunstancias en incansables guerreros, no olvidaron sus dotes de hábiles negociantes y políticos. Por esa razón decidieron, hábilmente, zafarse de sus enemigos más encarnizados a través de la protección de los poderosos reyes españoles que entonces dominaban Europa. Consecuencia de esta estratagema fueron los tratados de Burgos y Tordesillas que otorgaban, en 1.524, la autonomía a este pequeño estado con el consiguiente disgusto de italianos y franceses. Nace así un diminuto país que tiene un protector de excepción: el Emperador Carlos V.

Pero los Grimaldi no se conformaron con vivir bajo el amparo de los españoles. La tutela de España sólo se prorrogó hasta 1.640, un poco más de un siglo, el más grande cultural y militar de la historia española. Durante aquel período, concretamente en 1.612, Honorato II fue nombrado Príncipe de Mónaco. El fue el primero de la saga. Y también el que con fina perspicacia firmó en 1.641 un tratado secreto con Richelieu, a espalda de los españoles. A partir de esa fecha los Príncipes de Mónaco pasaron a gozar de la protección francesa viviendo, incluso, en la corte de París. Eran los últimos años del placentero reinado de los Luises. Días felices y despreocupados. Pero pronto acabarían. Llegada la Revolución Francesa. Y los Grimaldi no escaparon a sus terribles consecuencias. Honorato III y Francisca-Teresa fueron encarcelados y ésta última guillotinada. Los revolucionarios decretaron el fin de la dinastía Grimaldi. Pero fue en vano. El Tratado de Viena puso a Mónaco bajo la protección de Cerdeña. En 1.860, débil y desmembrado, vuelve a quedar bajo la protección de Francia.

El futuro del Principado hubiese sido incierto, si un Grimaldi emprendedor e inteligente como pocos, no le hubiese hecho resurgir de sus cenizas. Carlos III - de él proviene el nombre de Monte-Carlo - dedicó toda su vida a reconstruir y modernizar el país. Bajo su lúcida administración se inició una profunda conversión industrial y empresarial. Pronto comprendió que la aristocracia decadente y la burguesía floreciente del Segundo Imperio necesitaban un lugar donde la diversión y el lujo se dieran cita de forma indisoluble y permanente. Y allí estaba Mónaco. La fundación de la legendaria «Sociedad de Baños de Mar» supuso un paso prodigioso

en la consecución de dicho objetivo. Entre los logros de esta institución estuvo la creación de ostentosos y lujosísimos hoteles como el «Hotel de París» o el mítico Casino. Aquel fue un hito para el turismo. Un golpe de genio empresarial que convirtió a la inhóspita roca en un centro de ocio frecuentado por los más célebres e ilustres personajes del mundo de la política y la cultura. El impulso de Mónaco fue sorprendente.

Con este Príncipe nació también la filatelia monegasca. Corría el año 1.885 cuando se emitió la primera serie de sellos del Principado. Unos bellísimos embajadores de las maravillas monegascas que durante este último siglo han estado paseando por todo el mundo los numerosos atractivos de este privilegiado paraíso y los retratos de todos sus Príncipes.

Alberto I, el Príncipe marinero, fue quien heredó de su padre, Carlos III, un importante legado afianzado por él mismo gracias a la fundación del Instituto de Paleontología. Dos joyas que cada año atraen a miles de turistas.

Luis II, su sucesor, siguió utilizando como principal arma de trabajo su propia imaginación, puesta al servicio del arte de vivir. Pero a él le tocó una etapa mucho más difícil: la Segunda Guerra Mundial. Mónaco volvió entonces a sufrir una profunda crisis. Los tiempos no estaban para despreocupadas diversiones y la posguerra y sus consecuencias obligó a los Grimaldi a poner a trabajar afanosamente sus células grises en pro de devolver a Mónaco su pasado esplendor. La solución fue sencilla. El padre Tucker, un cura estudioso de la historia de los Grimaldi, se dio cuenta de que para conseguir un principado de leyenda, era necesario que existiera una princesa de cuento. Una mujer bella y admirada que encontrase en el sucesor de Luis II, su nieto Rainiero III, a su príncipe azul. Y en una época donde el glamour y el romanticismo estaban por las producciones hollywoodienses, qué mejor que una estrella del celuloide para vivir este cuento de la cenicienta. Y se encontró en Grace Kelly a la consorte ideal.

El encuentro entre Rainiero y la musa de Hitchock se produjo. Y el flechazo fue instantáneo. Mónaco ya había encontrado a su princesa. La boda real tuvo lugar el 18 de abril de 1956 y nueve meses después la pareja vio consumada su felicidad con el nacimiento de Carolina.

Según los tratados franco-monegascos, la falta de descendencia de los Grimaldi suponen la reintegración de la roca a Francia. Gracias al nacimiento de Alberto, el 14 de marzo de 1958, la dinastía ya estaba salvada. Siete años más tarde nacería Estefanía, su último vástago.

Mientras, Rainiero tomó decisiones estratégicas como la creación de instituciones de cultura, deporte, turismo, internacionalización de la economía, celebración de congresos... y adaptó esta empresa del ocio a los tiempos más modernos. Mónaco renació y se convirtió en la capital de la cultura del ocio. En un país rentable y lleno de magia.

Pero la felicidad de Rainiero y los de sus súbditos se truncó. El 14 de septiembre de 1982 moría Gracia Patricia de Mónaco de un ataque cerebral producido como consecuencia de un terrible accidente de tráfico. La opinión pública mundial se conmocionó.

Rainiero se sumió en una profunda tristeza... Años después Stefano Casiraghi, el segundo marido de Carolina y padre de sus tres hijos, Andrea, Pierre y Carlota, también fallecía en un accidente náutico. La desgracia parecía perseguir a la dinastía. Estefanía se casó con su guardaespaldas y ha tenido dos hijos, Luis y Pauline. Recientemente también se han separado. Alberto, el heredero, sigue sin casarse. Y, mientras, Rainiero envejece...

En este estado de cosas, Mónaco celebra ahora el 700 aniversario de una dinastía que ha dirigido los destinos de su pueblo con mano de hierro y guantes de seda. Los actos que perpetuarán en el recuerdo esta importante efemérides son muchos: certámenes, espectáculos, conciertos... Será un año inolvidable. Y no sólo para los monegascos.

Los filatélicos tendremos una oportunidad única de ver por primera, y quizá única vez, las setenta piezas más importantes de la filatelia mundial reunidas bajo un mismo techo. El contexto de esta excepcional muestra será una exposición internacional dedicada a los siete siglos de la dinastía de los Grimaldi y los 60 años de la Oficina de Emisiones de Sellos de Mónaco, OETP. Una cita ineludible que tendrá lugar el 28, 29 y 30 de noviembre en el magnífico Museo de Sellos y Monedas de Mónaco. La muestra está organizada por la OETP y su comisario será Alexander D. Kroo, Consultor de la misma y ex-presidente del Comité Ejecutivo de Ascat. Esta Oficina, dirigida ahora por Jean Fissore, ha sido la responsable de la emisión de algunas de las más bellas series de sellos de la historia de la filatelia. La calidad y belleza de las series monegascas son famosas en todo el mundo y han contribuido a prestigiar la fama de un país, ya de por sí, incomparable.

Este año han previsto la puesta en circulación de una serie de sellos que ofrece un viaje a través de los siete siglos de historia de los Grimaldi. Una saga legendaria que ha transformado a una roca sin recursos propios en un foco de atracción internacional que congrega en apenas tres kilómetros grandes centros turísticos, culturales, deportivos y financieros de primerísima magnitud. Los Grimaldi son la clave del éxito de Mónaco. Ellos son Mónaco. Con sus armas primero y con su eficaz gestión después han conseguido convertir a Mónaco en lo que hoy es. Ni la paz, ni la guerra ni los siglos conseguirán arrancárselo, ni de sus manos, ni de su corazón.

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