. . .En el principio el hombre creó el correo y las cartas. El correo era algo caótico y confuso, el desorden cubría toda la tierra mientras el espíritu del hombre aleteaba sobre la superficie del mundo. Dijo el hombre: «haya comunicación» y hubo comunicación entre los hombres. Vio el hombre que la comunicación era buena. Y separó la comunicación del aislamiento. Llamó el hombre a la comunicación «correspondencia» y al aislamiento incomunicación. Atardeció y amaneció el día primero.
Dijo el hombre: «Haya un responsable de todos los correos que separe a unos de otros y reparta sus funciones». Y así fue. E hizo nombrar un cargo al que llamó «hoste o jefe de correos». Vio el hombre que eso era bueno. Atardeció y amaneció el día segundo.
Dijo el hombre: «Reúnase los correos en una sola organización bajo la autoridad del estado» y apareció la organización postal. Y así se hizo. Llamó el hombre a la organización postal Dirección General de Correos. Y vio el hombre que estaba bien.
Dijo el hombre: «Broten de la Dirección General de Correos normas, estafetas, carteros, etc». Y así fue. Produjo la Dirección General nuevas formas de correspondencia (certificada, asegurada, franqueada, de impresos, etc.) Y vio el hombre que estaba bien. Atardeció y amaneció el día tercero.
Dijo el hombre: «Haya lumbreras en la correspondencia que iluminen a los empleados de correos y hagan señales para clasificar y dar dirección a las cartas». Y así fue. Hizo pues el hombre las marcas postales para separar las cartas de uno y otro tipo, para ilustrar a los carteros a cobrar los portes e iluminar a los funcionarios de correos en su actividad profesional. Y vio el hombre que estaba bien. Y atardeció y amaneció el día cuarto.
Dijo el hombre: «Bullan las aguas de la correspondencia desarrollándose a través de nuevos medios de transporte: el barco y la diligencia, más tarde el ferrocarril, después el avión». Y vio el hombre que estaba bien. Y atardeció y amaneció el día quinto.
Dijo el hombre: «Produzca el Estado sellos de Correos, que den mayor vida a la correspondencia permitiendo su franqueo previo». Hizo el hombre los sellos según sus distintas especies, de todas clases, tamaños, formas y colores. Y vio el hombre que estaba bien.
Dijo el hombre: «Hagamos al filatelista a imagen nuestra, según nuestra semejanza que domine a todos los sellos, temáticos o no, de uno y otro país, de una y otra especie. Que los coleccionen, los estudien, los clasifiquen y los ordenen en álbumes; que los muestren en exposiciones y celebren congresos en torno a ellos. Que el sello sea para ellos motivo de cultura, ocio, ahorro e inversión».
Y creó el hombre al filatelista a imagen suya:
a imagen del hombre los creó,
comerciante y coleccionista los creó.
Y los bendijo el hombre y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, y extended por el mundo vuestra actividad. Que vuestra afición domine sobre todas las clases de coleccionismo». Y así fue. Vio el hombre todo lo que había hecho y he aquí que todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció el día sexto.
Así fue concluida la creación de la filatelia con todo su aparato y el día séptimo cesó el hombre de toda tarea que había hecho. Y bendijo el hombre el día séptimo y descansó. Y los coleccionistas dedicaron el día séptimo a reunirse por las mañanas en los mercadillos públicos.
Estos fueron los orígenes del sello y de la filatelia.
El hombre había creado sellos de muy diferentes clases y especies que proliferaban en el paraíso del Edén del coleccionismo. El hombre hizo aparecer toda clase de sellos deleitosos a la vista y buenos para coleccionar. Tomó pues el hombre al coleccionista y lo colocó en el paraíso del coleccionismo para que desarrollara sus colecciones. Y el hombre impuso al coleccionista este mandamiento: «de cualquier lugar puedes obtener piezas para tu colección, mas del clasificador del bien y del mal, ningún sello tomarás, porque el día que lo hicieres, morirás sin remedio».
Dijo luego el hombre: «No es bueno que el coleccionista esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». El hombre hizo caer un profundo sueño sobre el coleccionista y le quitó una parte suya. Del miembro que el hombre había tomado del coleccionista, formó un comerciante de sellos y lo llevó a la presencia del coleccionista.
El falsificador, reparador y reengomador, al igual que una serpiente, era el más astuto en el mundo del coleccionismo. Él dijo al comerciante: «¿Por qué el hombre os ha dicho que no podéis coger sellos del paraíso?» Respondió el comerciante «Podemos alimentar nuestras existencias de sellos procedentes de cualquier parte excepto del clasificador que se encuentra en el centro del paraíso. Porque se nos dijo que si obteníamos sellos de él moriríamos». El falsificador replicó al comerciante: «De ninguna manera moriréis. Todo lo contrario. Coged sellos de allí y vuestras colecciones serán como de dioses; plagadas de ejemplares únicos». Y como viese el comerciante que los sellos eran apetecibles a la vista e inmejorables para coleccionar, tomó de ellos y también le dio al coleccionista, que igualmente los puso en sus colecciones. Entonces se les abrieron los ojos y se sintieron desnudos. Avergonzados se escondieron para ocultar su pecado.
Preguntó el hombre al coleccionista: «¿Quién te ha hecho sentir vergüenza? ¿Acaso has cogido sellos del clasificador prohibido?» Respondió el coleccionista: «El comerciante que me diste como ayuda me dio del clasificador y los cogí ». Dijo, pues, el hombre al comerciante: «¿por qué lo has hecho?» Y contestó el comerciante: «el falsificador reengomador cual serpiente me sedujo y los cogí».
Entonces el hombre dijo al falsificador, reparador y reengomador: «Por haber hecho esto, maldito seas, sobre tu vientre te arrastrarás escondiendo y disimulando tus rastreras actividades. Polvo comerás todos los días de tu vida huyendo de la justicia. Pondré enemistad entre ti y el coleccionista y entre tu linaje y su linaje».
Al comerciante le dijo: «Tantas haré tus fatigas, cuantas sean tus operaciones comerciales. Con trabajo sudarás tus negocios, con fatiga sacarás de ellos el alimento todos los días de tu vida».
Al coleccionista le dijo: «Por haber escuchado la voz del comerciante y cogido sellos del clasificador que yo te había prohibido: Con dolor parirás tus colecciones. Con el sudor de tu rostro obtendrás los sellos hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás».
Y el hombre echó al coleccionista y al comerciante del paraíso.
José Mª. Sempere.
(Association Internationale des Experts en Philatélie)