Los países avanzados caminan hacia una civilización del ocio. Las computadoras,
los robots cada día menos futuristas, la mecanización en general, están tomando el relevo o
simplificando enormemente el trabajo humano.
Los sociólogos están de acuerdo: tendremos más tiempo libre. Estamos ya
teniéndolo, aunque sumergidos en el ritmo acelerado que imprime a nuestras vidas tanto progreso y tanta
mecanización, a veces dejamos de percibirlo. Pero, ¿no es verdad que cada día está más
extendido el disponer de una segunda fiesta semanal? Algo casi impensable hace sólo 20 años.
Llenar este espacio de tiempo libre, vivirlo, disfrutarlo en algo que satisfaga realmente a cada
individuo.
Las fórmulas pueden ser muchas, pero pocas encierran una gama de facetas tan variada como
el coleccionismo filatélico.
La emoción de ir adquiriendo nuevas piezas, buscándolas entre mercadillos dominicales,
subastas o por intercambio con otros aficionados, no es inferior a la satisfacción que siente el que practica
deportes como la caza o la pesca al cobrar una pieza.
Pero este es sólo el principio de la gran aventura. Pronto, ante un sello o series de sellos
comenzamos a encontrar un fuente inagotable de información. Ésta se desprende de la imagen reflejada, el acontecimiento
rememorado, el tamaño, el dentado, los anuncios subliminales, las viñetas anexas, etc. lo que provoca e incita
a preguntarse por la época en que fue emitido, la función que tuvo en el mercado o,
simplemente, nos deleitamos con la contemplación de esta diminuta obra de arte que a menudo es el sello.
Evocaremos periodos del siglo pasado, reviviremos episodios de nuestra historia relativamente reciente, o los contenidos
nos trasladarán a periodos de nuestra niñez que añoramos. Y aunque parezca imposible, un día llega a
nuestras manos la pieza incógnita, la que no puede clasificarse con los catálogos al uso ni en obras
más especializadas. Un verdadero reto a la infinita curiosidad que despiertan estos pequeños documentos
históricos. Sin proponérselo siquiera puede usted encontrarse un día enzarzado en la apasionante
tarea de descifrar uno de los muchos enigmas históricos que nos deparan una carta de correos.
A menudo imaginamos que una afición como esta debe estar lejos de nuestras posibilidades, con
tanta frecuencia se ha visto la adquisición de metales preciosos, monedas u obras de arte en general, como un
refugio seguro de inversiones económicas.
Lo cierto es que nos sorprendería ver hasta qué punto es asequible una pequeña
colección tradicional ó temática a través de las que acceder a una de las más bellas tareas a las que
puede dedicarse la mente humana, el ocio.
Entendido, claro está, en el sentido que daban a esta palabra los romanos. Como tiempo libre,
de descanso, dedicado a cultivar el espíritu. El otium contrapuesto al negotium.